jueves, 7 de agosto de 2014

Cercedilla Trail Race 2014

Este año Elsa y yo hemos debutado en un nuevo deporte o, al menos, en una nueva modalidad de uno ya conocido. Después de correr alguna media maratón y varias carreras de 10 y 5Km por asfalto decidimos probar el “mundillo” de las carreras de montaña o “trails”.

El primero que corrimos fue el “Trail Where is the Limit” en Lozoyuela, en la sierra de Madrid. Para empezar nos apuntamos al corto que eran 12Km y unos 400m de desnivel acumulado (desnivel positivo más desnivel negativo). La prueba era el fin de semana anterior al Triatlón Olímpico Astromad por lo que yo preferí acompañar a Elsa haciéndole fotos y vídeos.


Fue muy divertido, lo pasamos muy bien y ella hizo un auténtico carrerón. El resultado fue, nada, “sólo” un primer puesto en categoría femenina. Para debutar…


Poco después, un fin de semana que fuimos a pasar a Santander, nos enteramos de casualidad que el domingo 29 de junio por la mañana se había organizado en Torrelavega el “I Trail Solidario Monte Dobra”. Nos apuntamos a última hora y allí nos plantamos con la idea de hacer un poco de deporte y seguir ganando experiencia. Yo me empecé a plantear que, aunque me gusta de vez en cuando hacer carreras acompañando a Elsa, igual había llegado el momento de correr un trail “a tope” a ver cómo era eso. Pero no pudo ser, en el último momento logró convencerme y volvimos a hacerla juntos.

Esta vez era un poco más duro: 16Km y 940m de desnivel acumulado. Elsa sufrió algo más y se dio cuenta de que en estas cosas, si la montaña se pone muy dura, a veces no queda más remedio que ponerse a andar…


En cualquier caso nos hizo un día precioso, corrimos por sitios muy bonitos. El resultado esta vez “sólo” pudo ser… ¡un 2º puesto en categoría femenina! Además pisando los talones a una corredora habitual de los trails del norte.


¿Y cómo parar después de esta racha? Sin tardar demasiado nos inscribimos a la “Cercedilla Trail Race”. Nos apuntamos los dos a  la distancia “corta” que ya era algo bastante serio: 14Km y 2.500m de desnivel acumulado. Nos parecía un buen “pasito más”, duro pero dentro de nuestras posibilidades. Es curioso, en esto de los trails, no me digáis porqué, son siempre unas distancias exageradas, ¡parece que si no haces más de 40Km y subes dos o tres picos no has hecho nada!

A tres semanas de la competición la organización nos informó de que habían modificado los recorridos. El recorrido “corto” de 14Km, al que estábamos apuntados, les parecía demasiado duro y lo recortaron a 11Km y 980m de desnivel acumulado. Nos chafó un poco porque ya no nos parecía que fuera “un pasito más” respecto a lo que habíamos hecho hasta entonces. Así que nos planteamos pasarnos al recorrido de distancia “media” que era de 25Km y un desnivel acumulado de 4.500m. Yo para hacerme una idea previa de lo que significaba la distancia y desnivel lo trasladé a terreno conocido; calculé que era equivalente a correr de Santander a Torrelavega subiendo y bajando Peñacabarga unas 4 veces… vamos, ¡poca cosa!

Para terminar de decidirnos fuimos 15 días antes a probar el recorrido “in situ”. Fuimos a Cercedilla un sábado e hicimos todo el recorrido -sin perdernos demasiado gracias al gps-. Nos pareció una ruta muy bonita pero… ¡para hacerla en plan senderismo no haciendo una carrera!


Nos dimos cuenta de lo que realmente significaban los 4.500m de desnivel: unas rampas que costaba hacer incluso andando para subir -y bajar- 3 picos uno detrás de otro...

Entre las subidas, las dudas con los caminos, las fotos, etc. tardamos unas 5h 30´ y terminamos con las  piernas que se nos doblaban solas. Elsa decidió, creo que con bastante buen criterio, seguir apuntada a la distancia de 11Km. Yo, sin ningún criterio medianamente lógico, opté por afrontar el reto de los 25Km. Eso sí, el haber hecho este reconocimiento previo me dejó muy claro que la carrera tenía que tomármela con mucha calma y con la simple idea de “terminar”.



Sábado 19 de julio de 2014.


Como ya es habitual, madrugamos mucho para desayunar fuerte y tener tiempo suficiente para hacer la digestión. Mi salida es a las 9:00 y la de Elsa a las 9:30. Después de desayunar cogemos todo nuestro equipo: ropa corta para correr, un poco de ropa de abrigo por si acaso, mochila de hidratación -la organización obligaba a llevar al menos 0,5l de agua, vaso de plástico para los avituallamientos y móvil encendido en carrera-, gafas de sol y zapatillas de trail.

Salimos en coche y en unos 50 minutos llegamos a Cercedilla. Nos cuesta un poco encontrar aparcamiento porque los de la distancia “larga” han salido a las 7:00 y, por tanto, han llegado bastante antes. Una vez que lo conseguimos -improvisando una nueva fila en un parking- nos dirigimos a la plaza del Ayuntamiento donde está la salida. Cogemos nuestro dorsal y nuestro chip y volvemos al coche para ponernos la “ropa de batalla”.


Hace bastante fresco, los partes meteorológicos dicen que las temperaturas -máximas y mínimas- justamente hoy bajan unos 10ºC. Además hay que tener en cuenta que estamos a 1.200m de altitud y yo voy a subir a más de 2.000m en varias ocasiones. Dudo bastante sobre cuanto abrigarme pero al final opto por ir muy “ligero” para la carrera. Como único abrigo extra me pongo un par de manguitos para proteger los brazos que en el último momento, si me sobran, me los puedo quitar y meter en la mochila. Nos ponemos el dorsal en el pecho con unos imperdibles y el chip atado con los cordones de la zapatilla.

Volvemos a la línea de salida y ya hay bastante gente por allí. A los ojos de un novato como yo parece que todo el mundo va súper equipado y tienen pinta de ser muy “pros”. Pero bueno, intento tranquilizarme pensando que esto se trata ni más ni menos que de correr -aunque sea por montañas-, y que correr sé más o menos cómo se hace.


Vamos a una cafetería donde Elsa se toma un café y aprovechamos para ir al baño. Miro el reloj y queda poco para mi salida por lo que volvemos a la plaza del Ayuntamiento. Según la página de la organización hay que estar en la salida 30 minutos antes para hacer un “checkin” -control del material obligatorio-. La gente se está empezando a colocar detrás del arco de salida y no veo por ningún lado dónde se supone que tenemos que pasar el “checkin”. Pregunto a otro corredor y él se ríe y me dice que no tiene ni idea, que “cuando den la salida al pasar por debajo del arco si no llevas algo del material obligatorio saltarán todas las alarmas”…

Me tranquilizo, me olvido del “checkin” y voy al pelotón que se ha formado tras la línea de salida. Me coloco a la derecha, pegado a la valla, y así sigo hablando con Elsa en los últimos minutos de espera.


Estoy totalmente tranquilo, no tengo objetivos, sé más o menos el terreno al que me enfrento y tengo muy claro que no voy a volverme loco en los primeros kilómetros que esto es muy largo y muy duro. En los 7 primeros kilómetros salvamos un desnivel positivo de 800m y estoy seguro que más de uno de los que tengo alrededor va a “petar” demasiado pronto.


Según el reloj de la salida quedan sólo 4 minutos para que empiece la carrera. Sigo totalmente tranquilo, que bien. Le digo a Elsa que calcule, según la referencia de hace 15 días, que tardaré unas 4h15´/4h30´ -lejos de las 6h30´ del “fuera de control”, pero muy lejos también de las 2h20´ calculadas por la organización como “tiempo estimado del ganador”-. Me dice que para entonces ella ya habrá terminado y se habrá duchado con lo que espera verme entrar.

En ese momento nos fijamos que un miembro de la organización está haciendo unos “checkin” aleatorios pidiendo a algunos corredores que le enseñen lo que tienen en las mochilas. Dejo de prestarle atención porque el “speaker” dice que queda un minuto y que tenemos que ayudarle con la cuenta atrás de los últimos 10 segundos.

Me despido con un beso de Elsa y me dice que va a adelantarse unos metros para vernos salir. El corredor que tengo delante se está haciendo un “selfie” y me ofrezco para hacerle la foto con su móvil. Le hago la foto, le devuelvo el móvil y nos deseamos suerte.

Empieza la cuenta atrás: 10, 9, 8, 7, 6, 5…

Cero nervios justo antes de empezar. Esto es nuevo.

4, 3, 2, 1… ¡Ya!


La gente que tengo delante sale con calma y yo también. Pongo el cronómetro en marcha al pasar bajo el arco de salida/meta y me pego a la parte derecha de la calle para intentar ver a Elsa. Paso junto a ella, le sonrío y saludo con la mano mientras ella me hace una foto.


Una vez que la dejo atrás subo un poco el ritmo para adelantar algún puesto. Salimos por las calles de Cercedilla, pasamos por debajo de las vías del tren, y llegamos a un camino sin asfaltar. Al estrecharse mucho formamos un pelotón muy compacto y casi no puedes ver ni dónde pisas. Nada más salir del pueblo, subimos por un terraplén bastante vertical y empezamos a correr por una pista… en ese momento veo que hay gente que se para y duda del camino. No llevamos ni un kilómetro, ¡empezamos bien!

Algunos comienzan a gritar que hay que coger un caminillo muy estrecho que desciende hacia el oeste y otros que hay que seguir por un pista que asciende hacia el noroeste. Yo he cometido el error de “seguir a la manada” pero recuerdo, de cuando estuve aquí hace 15 días, que la dirección que hay que coger es justo hacia el oeste. Es más, mirando en esa dirección se ve claramente la Peña del Águila que es el primer pico que tenemos que subir.

Sin embargo me confunde el hecho de que por la pista en que estamos se ven cintas colgadas por la organización con las que está marcado todo el recorrido. Dudamos, corremos un poco hacia abajo, la gente grita que es por la otra dirección, que han visto flechas y volvemos hacia arriba… nos volvemos a parar. Me relajo, pienso y me doy cuenta de que hay que coger el camino estrecho que va hacia el oeste, las cintas de la pista se explican porque ¡es el camino por el que bajaremos al final de la carrera! En ese momento me aíslo, dejo de escuchar las voces, quejas y discusiones del resto. Me dirijo corriendo hacia el caminillo donde ya se ha formado un gran atasco para pasar por él. Espero un momento y, por fin, empiezo a correr cuesta abajo.


Escucho a gente muy molesta y mosqueada por habernos “perdido” y para relajar la tensión bromeo diciendo “¡Vamos, corred, que Killian se ha ido por el otro lado y hoy ya no nos coge!”.

Al terminar la bajada por el camino de tierra cogemos un tramo de carretera que ya recuerdo claramente de mi excursión con Elsa. Acelero para intentar adelantar alguna posición. Me parece que con el tiempo que he perdido en la bifurcación me ha adelantado todo el pelotón. Y la verdad es que todo el pelotón no, pero sí mucha gente que, por su ritmo y aspecto, no debería estar delante de mí. Trato de no agobiarme y pienso que esto es muy largo, sé lo que nos queda por delante y el objetivo sigue siendo “terminar”.

Salimos de la carretera, bordeamos un centro de interpretación de naturaleza y empezamos a subir por un sendero. Sé que ahora tengo por delante 5Km con un desnivel de algo más de 800m. Corro pero tratando de no forzar mucho las pulsaciones. El sendero es muy estrecho y voy detrás de un chico alto y una chica que van muy despacio. Al escuchar mis pasos y mi respiración me ceden amablemente el paso y se lo agradezco.

Llegamos a un talud vertical que hay que subir casi agarrándose con las manos. Creo que la gente, todavía fresca, sube demasiado rápido y se escuchan los jadeos. Llegamos a una carretera donde hay algunos familiares de corredores animándonos y haciendo fotos. Resoplo exageradamente y les pregunto: “¿queda mucho para la cima?”. Se ríen y me dicen que no, que ya casi estamos…

Empezamos a ascender por una especie de pista empedrada con el piso muy irregular. Hay que ir bien atento a donde apoyas los pies mientras los mueves muy deprisa. El camino va cogiendo cada vez más desnivel y veo a gente que ya empieza a caminar. Soy plenamente consciente de que en esta primera subida voy a tener que andar seguro, pero trato de seguir corriendo un poco más para ganar algunos puestos.

Abandonamos la pista empedrada y empezamos a subir por un camino de tierra, entre árboles, que tiene una gran pendiente. No hay nada que hacer. Todos empezamos a andar. Eso sí, yo me concentro en andar todo lo rápido que puedo manteniendo unas pulsaciones “aceptables”. No llevo pulsómetro pero voy jadeando mucho. Para simplificar decido que mientras el corazón no se me salga por la boca consideraré las pulsaciones “aceptables”. Andando rápido sigo adelantando a gente poco a poco. Para ayudarme a subir los grandes “escalones” -raíces, piedras grandes, etc.- sin castigarme tanto las piernas apoyo las manos en los muslos y empujo con fuerza a la vez que tenso los cuádriceps.

Nos encontramos con una pareja de excursionistas que se han apartado a un lado para dejarnos pasar. Les digo que “menudo día han elegido para dar un paseo tranquilo”. Me responden “¡y tanto!” y preguntan cuántos somos. Alguien les dice que “pocos, unos cuatrocientos…”. Me obligo a correr cualquier tramo en el que veo que la pendiente disminuye un poco, pero estos tramos son muy escasos y muy cortos.

Seguimos ascendiendo, estamos ya a mucha altitud y empezamos a dejar el bosque atrás. El camino de tierra va cambiando por un sendero sobre piedra. El grupo va muy estirado y cada vez cuesta más ir avanzando puestos. Sin embargo, al llegar a un sitio en el que hay que atravesar unos arbustos de retama, alcanzo a una pareja que me ceden el paso. Les pregunto si ellos se equivocaron en el cruce de la salida y me dicen que no, que vieron que justo por delante de ellos mucha gente se había equivocado pero ellos tomaron el camino correcto a la primera. Pienso que a lo mejor más o menos he remontado la distancia que pude perder en la salida… pero claro, sólo a los que corran menos que yo.

Llegamos al primer descanso en la dura subida, el Collado Cerromalejo. Recupero un poco la respiración y me pongo a correr. Da gusto volver a avanzar a un ritmo decente. 



Pero la alegría no dura mucho, salto un muro de piedra y empieza de nuevo la subida. Sé que queda poco hasta la primera cima, la Peña del Águila, por lo que este último tramo aprieto un poco más el paso. Creo que supero, por bastante, las pulsaciones “aceptables” que había decidido llevar en toda la subida.

Me adentro en un paraje un poco “inquietante”. Está sombrío, hay pinos rotos y caídos y grandes rocas que hay que esquivar o pasar por encima. Sigo a cierta distancia a otro corredor pero hay momentos en los que, por primera vez en la carrera, no veo a nadie. Me gusta la sensación de estar sólo. Termino de subir una rampa considerable y de repente me encuentro en una montaña pelada, sin árboles; sólo tiene hierba, rocas y retama. 



Tengo la cima a la vista, la pendiente ha disminuido un poco y empiezo a correr con bastante alegría. Al llegar hay unas vistas increíbles. Hacia mi izquierda se ve un valle y un embalse que ya pertenecen a Segovia. Pero no tengo tiempo para disfrutar del paisaje porque la carrera sigue, el terreno es favorable y además pega un viento frío que me deja helado después de la sudada que me he agarrado subiendo.


Por delante veo a dos corredores que van a buen ritmo y trato de acercarme a ellos o, por lo menos, mantenerlos como referencia. Empiezo a bajar por un camino estrecho donde hay que ir mirando donde poner el pie y poco tiempo después cogemos una pista un poco más ancha pero muy “rota”, llena de piedras sueltas. Aquí pienso por primera vez en que uno de los motivos por los que puedo no terminar la carrera es una mala caída o una torcedura de tobillo. Esos pensamientos en la teoría están muy bien pero no es fácil bajar “asegurando” al ver que los que llevo por delante van como auténticos tiros. Cuando me adelanta un tío con pinta de “pro” que parece que baja deslizando no aguanto más y decido lanzarme “a por todas”. Empiezo a bajar sin hacer caso a lo irregular del terreno y a las grandes piedras sueltas que voy pisando “como toca”. Bajo con los brazos separados del cuerpo para equilibrarme ya que cada apoyo es distinto e imprevisible. Estoy contento del ritmo que llevo, el que me ha adelantado no se me distancia demasiado y disfruto con la sensación. Pero en ese momento, al ir a adelantar el pie izquierdo, pego una patada a una piedra que no estaba suelta como el resto y… “¡Ay! ¡Me cago en…!”. Durante unos metros me duele bastante y cojeo un poco, pero se me acaba pasando y sigo como si nada. Espero que sólo se quede en un dedo negro.

Me cruzo con un matrimonio mayor que sube en dirección contraria y se quedan parados mirándome. Deben pensar que menuda “gente rara” corriendo descontrolados por la montaña…

Termino la bajada y llego al Collado Marichiva donde está el primer avituallamiento. Paso por una alfombra de “control de paso” donde pita el chip que llevo en la zapatilla y me dirijo hacia la pequeña carpa de la organización. 



El avituallamiento es muy sencillo: 3 bidones con grifo, uno de agua, otro de bebida isotónica y otro de cocacola. Cojo el vaso de plástico que tengo en la mochila y lo lleno de bebida isotónica. Me lo bebo de un trago y, sin más descanso, sigo mi camino.

Al hacer una “parada en boxes” tan rápida he dejado atrás a dos que llevaba delante en el descenso. Salgo justo detrás de un chico joven, “fino” y con pinta de máquina.

Empezamos a subir hacia la segunda cima de la carrera, Peña Bercial. Tenemos que subir unos 250m de desnivel en 1km de recorrido… eso traducido quiere decir que hay que subir por unas “paredes” en las que nuevamente es imposible correr. Nada más atravesar un grupo de pinos atacamos la subida que discurre por un terreno incómodo a través de la retama. El sendero es tan estrecho y confuso que al final cada uno sube más o menos por donde puede. Yo me propongo seguir al “máquina” que parece que lleva un ritmo bastante “vivo”. La subida se hace dura y de nuevo voy jadeando muchísimo y apoyando las manos en los muslos para subir lo más rápido posible.

Alcanzamos a otro corredor que al ver a “mi guía” le empieza a decir algo sobre los pocos corredores que lleva por delante o no sé qué. Él responde que no esperaba encontrarse tan pronto con “nosotros”… En ese momento, pese al déficit de oxígeno de mi cerebro, caigo en la cuenta de que al máquina al que estoy siguiendo está participando en la distancia “larga” ¡de 41Km!. Por tanto lleva corriendo dos horas, y bastantes metros de desnivel, más que yo y me lleva “con el gancho” -ellos tenían que hacer un gran “bucle” desde el Collado de Marichiva para luego seguir el mismo camino que nosotros-.

Pasamos por un sitio con mucha maleza en el que hay que pisar entre la retama sin saber muy bien lo que hay debajo. En una de esas pisadas me pego un gran arañazo con el tallo de una planta. Me he hecho una buena herida, sangra y escuece bastante, pero echo un vistazo y creo que no voy a necesitar un torniquete...

Tras un rato subiendo al ritmo que nos permite la pendiente, llegamos a unas rocas muy grandes y lisas que hay que pasar trepando agarrándose con las manos. Una vez las supero veo que ya estoy en la cima. Empiezo a correr de nuevo y aprovecho el momento de “relax” de pulsaciones para comer una barrita casera que me ha hecho Elsa. El camino baja y llanea un poco antes de volver a subir hacia la cima de Cerro Minguete.


El paisaje es espectacular. Recorremos la cresta que separa las provincias de Madrid y Segovia. Muchos tramos corremos por encima de lo que era una valla que marcaba la “frontera” y que ahora, afortunadamente, está caída. Hay grandes vistas hacia ambos lados pero no me puedo distraer mucho porque tengo que mirar donde piso.

La subida a Cerro Minguete es tendida en comparación con las durísimas subidas que hemos tenido hasta ahora. El hecho de que puedo mantenerme corriendo me da moral, lo de tener que ponerse a andar en una carrera no lo tengo todavía muy asimilado y me resulta “raro” y duro psicológicamente. Sigo teniendo a la vista al máquina del recorrido largo.

La subida se me pasa rápido y alcanzo la cima del Cerro Minguete. Empieza un descenso muy suave y cómodo donde puedo correr muy rápido dejándome llevar. Vuelve a soplar aire frío que me molesta algo en la barriga.

Llego a un sitio donde hay dos personas de la organización y veo un cartelito que indica que los de la distancia “media” tenemos que girar a la derecha y los de la “larga” tienen que seguir de frente para hacer otro “bucle”. Mi “guía” sigue de frente y yo giro y paso por una alfombra donde pita el chip. Me quedo sólo. Empieza el fuerte descenso hacia el Puerto de la Fuenfría. Esta bajada la recuerdo de la vez que vine con Elsa y le tengo cierto respeto porque es muy empinada, con grandes piedras y tierra suelta. Por ello empiezo a bajar con bastante precaución, dando pasos cortos y echando el cuerpo hacia adelante para no resbalarme. Intento compensarlo con una cadencia muy alta, lo que me obliga a ir mirando y anticipando donde pisar, ¡esto es muy divertido!

Noto los cuádriceps cansados de ir haciendo tanta fuerza en la bajada. Pero estoy bajando bien, alcanzo a un corredor y nos ponemos a la par ya que hay varias “pisadas” paralelas. El descenso está terminando y ahora el terreno vuelve a ser favorable para alargar la zancada y dejarse llevar por la pendiente. Pasamos por unos pinos y llegamos, por fin, al Puerto de la Fuenfría donde sé que está el segundo avituallamiento. Antes pasamos por una alfombra de control de chip y a los que hacen la distancia “larga”, como es el caso de mi compañero de bajada, les hacen señas para que den un giro de 180º y hagan el último “bucle” que alarga su recorrido respecto al nuestro. Escucho y veo por el rabillo del ojo como mi acompañante al hacer el giro se resbala y se cae al suelo. Tanto el señor de la organización como yo le preguntamos si está bien y nos responde que sí mientras se levanta rápidamente.

Llego al avituallamiento y otra vez me apetece bebida isotónica ya que agua voy bebiendo a traguitos de la mochila de hidratación que llevo. Me tomo dos vasos de un trago cada uno. Cojo un puñado de orejones y me marcho corriendo para empezar la bajada por lo que creo que es una calzada romana. Por mi derecha llega un corredor que no ha parado en el avituallamiento y le ofrezco unos orejones. Me lo agradece pero dice que no, que tiene barritas y geles.

Bajo rápido mientras voy comiéndome los orejones y también otra barrita casera. Me concentro en bajar todo lo rápido que puedo aprovechando que el desnivel es favorable y cómodo. Hay que ir muy atento a donde pisas pero la sensación de velocidad se agradece.



Trato de dejar atrás al corredor que empezó la bajada conmigo. Y lo consigo, en las curvas cerradas que la calzada miro hacia atrás y no le veo. Estoy bajando muy bien. Me cruzo con algunos senderistas que están subiendo y me animan: “¡muy buen ritmo!”. Llevo toda la bajada sin ver a nadie por delante. No quiero equivocarme de camino y por ello voy muy atento a todas las cintas de señalización puestas por la organización. Paso por un puente romano donde hay más excursionistas descansando y continúo la bajada.

La calzada se termina y el terreno se vuelve llano. Paso por un bosque de pinos y de repente veo a un “francotirador” tipo Fotoyos haciendo fotos con un gran objetivo.


No tengo tiempo para ponerme guapo ni para sonreírle porque en este tramo, como el sendero es más estrecho y difuso, tengo que ir muy atento para ir de “cinta a cinta” y no perderme.


Cruzo un puentecito de madera y el sendero vuelve a empezar a subir. En este tramo el camino se ha ensanchado, discurre por el bosque, y adquiere pendiente rápidamente. Antes de darme cuenta me tengo que poner a andar. Me mentalizo “vamos Miguel, ¡última subida larga y dura de la carrera!”.

Trato de andar lo más rápido que puedo. En ese momento veo a otro fotógrafo que tiene montado un “chiringuito” muy profesional. Tiene flases puestos en trípodes, paraguas para que rebote la luz… Pienso que no ha elegido un sitio muy espectacular porque por aquí todos -o al menos eso espero- iremos andando. Le digo: “al menos me pondré a correr, ¿no?” Él se ríe y dice: “¡claro, hay que guardar las apariencias!”.


Tras unos pocos metros de “alarde” y orgullo vuelvo a mi realidad. Andar lo más deprisa posible y ayudar con los brazos a mis maltrechos cuádriceps en cada obstáculo grande.

El camino sube recto y con gran pendiente. Se me hace duro y me empiezo a encontrar cansado. Recuerdo que en este tramo, cuando estuve con Elsa hace 15 días, ella no podía más y me pedía parar algún rato para descansar. Aquel día hacía mucho calor, la bajaba de temperaturas y las nubes que hay hoy ayudan a hacerlo más llevadero.

Por delante veo gente y me animo pensando que estoy alcanzando a algún corredor. Sin embargo, después de avanzar unos metros, me doy cuenta de que van hablando muy alto y riéndose… imposible que sean competidores y vayan con esa “alegría”. Al ir acercándome enseguida me doy cuenta de que efectivamente es otro grupo de excursionistas que van a un ritmo cómodo y no echando los pulmones por la boca como yo.

Les alcanzo cuando el camino por el que subimos atraviesa una pista muy ancha. Supongo que me ven muy mala cara porque me animan y aplauden con mucho entusiasmo. Una chica me dice: “¡ánimo, que ahora tienes escaleras que son más fáciles!”. Es cierto que al otro lado de la pista el camino tiene una especie de escalones hechos con troncos hasta llegar a una fuente. Sin embargo al echar una mirada hacia arriba veo que después de la fuente el camino sigue siendo muy empinado y accidentado. Resoplo y le respondo: “no, si lo que llevo tiempo buscando ¡es el ascensor!”.



Continúo subiendo y tras un rato que se hace duro llego a una pradera -creo que el Collado Ventoso- donde el terreno se suaviza un poco. Aprovecho para beber agua. Sigo buscando de lejos las cintas de señalización para no hacer “recorrido de más”. En ese momento veo por delante a un corredor. Ya tengo algo con lo que entretenerme. Voy a ver si puedo alcanzarle.



El camino vuelve a ponerse muy duro. Sin embargo no hay grandes piedras o escalones que obliguen a hacer sobreesfuerzos con las piernas. Voy andando rápido y me acerco al corredor porque él está parado, agarrado a un árbol, estirando el cuádriceps. Le escucho hablar con dos senderistas que van bajando. Les está explicando de dónde venimos y los otros, cuando estoy llegando a su altura, dicen: “¡menudo tute que os estáis dando!”. Yo me limito a sonreír porque no tengo fuerzas, ni ganas, de pararme a charlar…



He dejado atrás al que estaba estirando y por delante, en algún tramo, empiezo a ver a otro corredor. Salimos del bosque y empezamos a subir por un terreno de piedra pelada. Estoy muy cansado pero esto lo recuerdo, ya queda poco.


La última parte de la ascensión se hace por unas “placas” de piedra plana en las que la pendiente suaviza un poco. Empiezo a correr. Se me viene a la cabeza la secuencia final de El Último Mohicano en la que también corren montaña arriba… jajaja, ¡mi cerebro ya va por su cuenta y se pone a pensar cosas raras!


Alcanzo la cima y también a dos corredores a los que veo bastante cansados. Más que yo, que ya es decir. Pienso que a lo mejor son de la distancia “larga” pero como el dorsal lo llevan por delante no puedo estar seguro.

Empezamos a bajar por un tramo muy difícil en el que el camino zigzaguea entre grandes piedras. Tiene mucho desnivel y saltos en los que hay que apoyar las manos en el suelo para poder seguir. Mi ritmo, evidentemente, no es muy rápido. Pero el de los otros dos corredores tampoco, así que no me vuelvo loco y me concentro en que el cansancio no me juegue una mala pasada.

El camino se “endereza” un poco y se puede volver a correr aunque manteniendo la atención. Adelanto, y dejo atrás sin esforzarme a uno de los que llevaba por delante, aunque me doy cuenta de que a estas alturas el cansancio me hace correr un poco “contra mí mismo” y no pensando en adelantar a los demás. Me acerco bastante al otro corredor. Voy siguiendo su trazada lo que resulta muy cómodo para evitar tener que ir pensando dónde pisar.

Detrás de mí comienzo a escuchar un ruido mezcla de piedras sueltas y “tintinéo” metálico. El sonido se va a acercando, miro, y es un corredor que baja con dos bastones de senderismo y baja a una velocidad in-cre-í-ble, ¡parece que va esquiando! Mi “compañero” y yo le dejamos pasar echándonos a un lado y no hacemos ni el amago de ir tras él.

Salimos del bosque y llegamos a la Pradera de Navarrulaque donde está el tercer, y último, avituallamiento. Cuando me acerco hay un par de corredores bebiendo y el que llevo justo por delante también se para. Yo, como sé que desde aquí todo es bajada y todavía me queda agua en la mochila, decido cambiar a “una estrategia de dos paradas”, es decir, me salto el avituallamiento y sigo corriendo.

Este tramo, que recuerdo de cuando estuve con Elsa, discurre por una pista muy ancha, lisa y llana. Saco fuerzas de flaqueza y aprieto el paso para intentar distanciar a los que he dejado atrás en el avituallamiento. A estas alturas se corre contra uno mismo pero… ¡a ratos te acuerdas de que estás en una carrera!

Me cruzo con un grupo de ciclistas de BTT que me dicen: “muy bien máquina, vas como un cohete”. Voy muy cansado pero disfruto del ritmo que llevo. Sé que quedan sólo unos 5Km para llegar a meta y además son cuesta abajo. Por primera vez decido mirar el reloj con atención -en el que sólo llevo puesta la hora y la distancia, nada de ritmos, ni pulsaciones-. Son las 12 en punto, es decir, 3 horas de carrera y por muy lento que vaya los 5Km me van a llevar como mucho 25minutos… me doy cuenta de que ¡voy a bajar de 3h y media!

La gran rebaja de tiempo respecto a mi previsión me alegra y me da un chute de adrenalina. Pero a la vez caigo en la cuenta de una cosa: si Elsa no me espera hasta aproximadamente una hora después, seguramente no esté en la meta cuando llegue yo. Me pongo algo triste por ello pero bueno, siempre será mejor sorprender “para bien” que “para mal”, ¿no? ¡A correr a tope!

Abandono la pista siguiendo las indicaciones de unos cuantos miembros de la organización. Empiezo a bajar por un camino no muy pendiente pero sí “técnico” en el que hay que ir saltando y esquivando piedras, plantas, etc. Sigo yendo muy rápido y disfruto. Al girar en un arbusto me sorprende un fotógrafo tirado en el suelo que me grita “¡por aquí!”. Paso por delante de él y pienso “a ver si me hace una buena foto de recuerdo hombre”.


Alcanzo a otro corredor con pinta de veterano. Voy un rato detrás de él pero cuando se da cuenta se abre y me pide que pase yo delante. El sendero es un poco confuso y en muchas ocasiones tiene distintas alternativas por lo que voy muy atento a las cintas para no perderme ahora, al final. A pesar de ello en un cruce la cinta que cerraba el paso del camino equivocado está caída en el suelo y estoy a punto de confundirme. Me doy cuenta rápido y al darme la vuelta aviso al corredor que me sigue señalándole el camino correcto. Lo agradece y me dice que “no es cuestión de hacer metros de más con la paliza que lleva encima”.

No tengo ni idea de si mi compañero es un rival directo, de la distancia “media”, o está corriendo la distancia “larga”. En cualquier caso, como no veo por delante a nadie, me propongo intentar llegar por delante de él. Terminamos de bajar un sendero estrecho de tierra y desembocamos en una pista más ancha en la que acelero el paso. No miro, pero me da la sensación de que con mi cambio de ritmo le he dejado atrás. Adelanto a un par de caballos -y a sus jinetes- que bajan paseando por la pista. Tengo un poco de miedo a que los caballos al pasarles tan cerca corriendo se asusten pero parece que causo más extrañeza que susto.

Paso junto al depósito de agua de Cercedilla que recuerdo de la anterior vez que estuve aquí con Elsa. Sé que estoy prácticamente en el pueblo. Aprieto el ritmo más todavía y, aunque no miro el reloj, sé que estoy corriendo por debajo de 4´/Km ayudado por la pendiente. Estoy algo emocionado porque me ha salido una carrera mucho mejor de lo que esperaba.

Llego a las calles de Cercedilla. Un policía me muestra el camino en un cruce y a los lados, por las aceras, los “domingueros” que están paseando me aplauden y animan. Me llama la atención cuanto suenan mis pisadas por el asfalto después de todo el día corriendo por terreno “blando”. Pienso en Elsa y me vuelve a dar pena que se pierda mi llegada, ¡quién te manda correr con tantas prisas Miguel!

Entro en la calle principal, al fondo ya veo la plaza del Ayuntamiento con el arco de meta. A ambos lados hay vallas con mucho público animando…


Empiezo a esprintar con las fuerzas que me quedan -que son más bien pocas-. De repente, supongo que por el cansancio y el orgullo de terminar me empiezo a emocionar. ¡Se me humedecen los ojos y se me hace un nudo en la garganta! No puede ser… ¿por qué me pasa esto? ¿estás tonto? Me cuesta respirar pero sigo dándolo todo.

Últimos metros. Justo por delante de mí entran dos chicas agarradas de la mano que van andando. Al principio me sorprende verlas pero rápidamente caigo en la cuenta de que están haciendo la distancia “corta” de 11Km. Entro prácticamente a la vez que ellas levantando los brazos y feliz. Paro el cronómetro y me apoyo con las manos en las rodillas recuperando la respiración con los ojos cerrados. Escucho al “speaker” decir que “se puede ver el tremendo esfuerzo en la cara de los participantes”.

Me aparto un poco del arco de meta y me empiezo a quitar la mochila para coger el móvil y llamar a Elsa. En ese preciso momento una voz conocida me dice: “¡pero bueno!, ¿qué haces aquí?”. Es Elsa que está hablando con una chica que ha conocido en la carrera y no me ha visto entrar porque, evidentemente, no me esperaba tan pronto. Nos abrazamos. Ve mi cara de cansancio y me dice con la voz un poco entrecortada que menudo carrerón que he tenido que hacer. Yo vuelvo a emocionarme.

Nos contamos un poco nuestras carreras. Ella me dice que le ha salido regular, que en la subida se encontraba tan mal que pensó incluso en retirarse. Las piernas no le iban y mentalmente se hundió un poco. Aun así se recuperó y la segunda mitad la corrió muy bien. Ha llegado al sprint en un gran grupo y al final ha quedado la 7ª a sólo 9 segundos del pódium… le digo que “¡menos mal que te ha salido regular y casi te retiras!”.

Me acompaña al avituallamiento de meta donde como fruta y bebo mucho líquido. Después vamos al pabellón donde me ducho y me pongo ropa cómoda. Y, para terminar y reponer fuerzas, nos apuntamos a la paella que ha preparado la organización. Un gran día.


Puesto 14º de 375 participantes en mi distancia. Tiempo 3h21´. Eso sí, ¡el primero hizo 2h55´!, aunque lejos de las 2h20´ que había estimado la organización. Muy sorprendido y contento con mi debut. Como se ve en la clasificación fui poco a poco adelantando puestos en cada punto de paso después de la confusión inicial. Vamos, muy bien. Más teniendo en cuenta que es la primera vez en mi vida que corro tanto tiempo. Hasta ahora nunca había corrido más de 1h 45´. Al hacerlo por terreno tan variado se tiene la ventaja de que vas mucho más entretenido y se te pasa más rápido.

Parece que ya no hay más remedio… ¡otro deporte más a entrenar! ¿Tiempo para ello? No, absolutamente nada pero… 

1 comentario: